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LUNAS

Luna menguante:


La habitación del hostal estaba compartida con 5 camarotes. Yo dormía en la parte de arriba de la cama 3. A las 9 de la mañana desperté. La mayoría de viajeros estaban alistándose; saliendo y entrando de la habitación. Sentí una estrangulación en el vientre, traté de pedir ayuda pero el dolor me cortó el impulso de la palabra, respiré profundo con la cara llena de sudor y lágrimas, puse mi esfuerzo en levantarme al baño a pesar de las contracciones. Tal vez iba a parir un bebé que no sabía que existía. Al bajar la escalera del camarote escuché voces masculinas mascullando en francés, luego en inglés, se agregó una voz femenina, luego la voz femenina me habló en español, dijo que tenía sangre en el pantalón. Terminé de bajar fingiendo calma. Miré mis piernas pintadas de rojo desde la entrepierna hasta las rodillas. La sangre seguía bajando.


Luna creciente del mes pasado:


—Doctor, quiero que me quite el útero./—¿Por qué? —dijo riendo con lástima—No puedo hacer eso, niña./—No pretendo tener hijos, así que no necesito menstruar. En dos semanas iré a mochilear y eso solo representa problemas./—Si usted no es responsable con su sexualidad no debe arrancarse el útero sino usar métodos anticonceptivos./—No aguanto las contraindicaciones de las hormonas. Tengo derecho de decidir./—Es cierto que cada mujer decide sobre su sexualidad, no quiero otra tutela, pero no es un derecho dañar su cuerpo. Su útero está en perfectas condiciones, y va a menstruar porque es normal. Puedo ordenarle la inserción del DIU para la próxima semana, que es un método de barrera no hormonal.


Luna nueva:


—Inhala profundo. Siente la temperatura del aire entrando por la nariz. Sostenlo. Ahora exhala por la nariz sintiendo el calor.


Acostada en la estera de una mujer que conocí en la playa, iba a hacer una regresión. Tenía miedo. Pensé en el mar. Respiré y fui agua que se puso roja, me volví espesa. Caí por un túnel. Fui cascada, rápida, intrépida. Hasta llegar a una cueva de rocas blancas, con témpanos de hielo pegados a las paredes. El blanco reflejaba luz, que no dolía porque yo no tenía ojos; era agua. Las rocas tenían grietas por donde se filtraba la oscuridad. Se extendían de extremo a extremo, parecía que iban a romper la cueva en mil pedazos. De repente, un témpano de hielo se desprendió, y del hueco que quedó en el techo salió un líquido negro. El témpano cayó en mí, en el agua responsada en la cueva, cortó mi tranquilidad y creó olas con su impacto, me revolví, me descontrolé, era marea alta que se mezclaba con el líquido negro que salía del techo de la cueva. Se abrían cada vez más las grietas. La cueva se rompía, se deshacía.


Abrí los ojos. Era de noche. La mujer estaba arrodillada a mi lado, sonriéndome, sudando, con gestos cansados.


—Volviste, bonita— dijo— fuiste a tu hogar, a tu origen, a tu final; a tu vientre.


La ropa manchada, la sangre que no pude quitar, mi odio, mi dolor. Respiré, recordé los quistes de mi madre en sus ovarios. Tuve miedo porque el doctor no me quitó el útero, está enfermo. Los témpanos de hielo, mis sentimientos reprimidos; la secreción negra, mi odio; la sangre, la vida.


Nadie me dijo que debía cuidarme. Nadie sabe cuidarse por dentro. Nadie se ama. Todas las cuevas vacías y destruidas. Todos y yo.

 

Dennis Acevedo es una bogotana que estudia Creación literaria en la Universidad Central, y es promotora de lectura. Tiene 20 años, pequeña en edad y estatura. No tiene más certezas que afirmar sin sonar pretenciosa, excepto que la literatura es el refugio donde aprende a sanar; al escribir se pone en una mesa de disección y en sus partes encuentra al mundo, con su magia y sus dolores; al hacer promoción de lectura descubre a la voz y a los ojos lectores tejiendo vida, reconstruyendo la realidad en capas de ficción y verdad, creando medicinas capaces de llegar a lugares donde lo tangible no alcanza.

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